sábado, 27 de septiembre de 2008

Damas del amor urgente


















Con la sonrisa aburrida de sí misma
deambulan las aceras de la noche,
sobre tacones de aguja casi eternos,
cimbreando la cintura a cada paso
de sus piernas torneadas por la luna
y alongadas por las tenues minifaldas,
mientras, ostentosas, bordan las caderas
un vaivén sensual de péndulo perverso.

Catedráticas en sueños derribados,
cargan en su mochila tantas ausencias,
tanta espera amamantando soledades,
tanta vida gastada, tanto desierto,
tanta y tanta historia ajena digerida
a la luz de la lumbre de un cigarro,
que impostoras del amor que las demandan,
envuelven su dejadez y su aversión
en lujurias de ternura eventual,
por la mísera estrechura acomodada
de los asientos traseros de un turismo.

Guardianas de esquinas, parques y rotondas,
territorios comanches en estas guerras,
esculpidas por la luz de una farola,
exhiben su mercancía marchitada,
al acecho de una víctima propicia,
mientras cargan sobre el lomo de la suerte
el cruel destino que engorda su fracaso

Embaucadas por un chulo proxeneta
(parásito social, docto violador
y bachiller en chantajes y agresiones)
son náufragas donde el vértigo triunfa,
que adulteran sus orgasmos a granel,
mientras sorben los suspiros de la noche
compitiendo por tener otro servicio,
que las ayude a obtener para su dosis,
antes de que el sol haga nacer su sombra.

Palomas raudas del amor efímero,
recolectan sus amantes apurados
por los flecos de los cubos de basura,
donde arroja el amor sus excrementos
o donde vomitan su asco las pasiones.
Desahuciadas de la luz de los burdeles,
exprimidas, explotadas, maltratadas...
Ellas son las damas del amor urgente,
la nota más humilde en el pentagrama
del son jerárquico de todas las putas.

© Antonio Urdiales Camacho - ® Noviembre 2004

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Vestidas de harapos

























Aunque vestidas de harapos,
desentierro del silencio mis palabras
por ver si el huracán del miedo se sosiega
y el cincel de la pluma talla a mano
mil dolores ajenos que me habitan.

Mas todo intento es inútil,
he vivido tanto tiempo amordazado
que ni un suspiro
desgarra la garganta sometida,
ni una queja
se expone valiente frente al mundo.

Y así un día,
y otro...
y otro más...Siempre al calor
de la puta vergüenza acomodada.
Hasta que la rebeldía se sublima
y desborda una lágrima insurrecta,
que enjuga sin demora -por si acaso-
el paño callado de mi cobardía.

Abatido de angustia y de mutismo,
me miento que esta guerra no es mi guerra
y cicatero en mi entrega sucumbo
en el bullicio afásico de la noche.

Otra vela solitaria que se apaga
sin que su llama temblorosa logre
alumbrar más allá del horizonte
que alcanza la distancia de mi ombligo.

Hoy, uno de enero de dos mil ocho,
como ayer, y mucho me temo que mañana,
veinte mil niños morián de hambre,
pero yo estaré a salvo en mi silencio,
libre de toda sospecha de homicidio.

Y en el balance banal de mi existencia,
anotaré otro año más en el debe del olvido.

© Antonio Urdiales Camacho ~ ® Enero 2008

viernes, 19 de septiembre de 2008

Casi con dulzura




















Con la inercia del péndulo
hiciste borrón y cuenta nueva en tu memoria
y embriagaste tu océano de resaca.

Casi con dulzura,
como acaricia los labios el aliento de un suspiro,
fuiste evaporando entre mis dedos
soplo a soplo
la fragancia del grial
que perfumaba lirios en el tiempo.

Así, sin prisas,
como peina el ocaso los cabellos a la noche,
y en silencio,
como se mueren las flores,
diseminaste afinados desencuentros
por el turbador atardecer de mis infiernos.

Ni una mirada altiva,
ni una voz sembrando discordias,
ni una nota delatando realidades,
nada…
ni tan siquiera un portazo furibundo
que avivase el latido en mis arterias.

Y nada quedó de ti tras tu partida
salvo el tedio cotidiano de tus huellas
paseando, bohemias, mi nostalgia;
algunas ilusiones, que bordamos
remendando frías soledades;
rescoldos de la llama de tu ausencia
caldeando apenas mi delirio
y, cual infalible predicción de mi final,
desérticas dunas de silencio
amortajando un sin fin de horas muertas
por la lividez cadavérica del folio.

© Antonio Urdiales Camacho ~ ® Octubre 2004

martes, 16 de septiembre de 2008

Amarrado a tu sonrisa





Apenas había aparcado el tirachinas
cuando entre mil ternuras destilados
me bebí los ardores de la noche.

Allí,
al borde del maizal tupido,
sobre un lecho de hierba
y un techo de ocaso
que tamizaba luciérnagas,
amante adolescente yo,
y ella y su adulto adulterio
gobernando con dulzura
el timón desbocado de mi instinto,
reescribimos a dúo el Kama Sutra,
sin sospechar siquiera que,
tras el aroma a maíz recién regado
y los arrullos de amor sudando besos,
a nuestras espaldas,
barajando silencios,
deshojaba margaritas el futuro.

Después,
sin echar el ancla
en el abismo eterno de sus ojos,
navegué otros océanos sin memoria,
al amparo del sueño vigilante,
persiguiendo sirenas que florecen
en noches de suicidios despechados,
para resucitar cualquier mañana
resolviendo laberintos ardientes
de olas fogosas huérfanas de viento,
entre abrazos, cariños por instinto,
besos paganos y húmedos gemidos,
que se fueron perdiendo tras los tules
que el olvido -ese artesano insigne-
teje laborioso entre las sienes
a ritmo de reloj impenitente.

Sólo el eco de un trino de cristal
resonando con fuerza en mis arterias,
hizo callar su canto a las chicharras
y levantar el vuelo migratorio
a las gaviotas pasajeras,
sin advertir que de nuevo a mis espaldas,
tras la cara oculta del silencio
y con las cartas marcadas,
Eros, repartiendo futuro,
me amarraría eternamente a tu sonrisa.

© Antonio Urdiales Camacho ~ ® Agosto 2006


A veces






A veces,
desde esta nostalgia amiga,
que anochece soledades,
escucho el canto del mar
en una caracola nigromante
que desahució el océano en la tormenta,
y sobre un fondo de galaxias eclipsadas
sueño lluvias de luciérnagas fugaces
que iluminan senderos cenicientos
por el eco mudo de tus silencios.

Y en la fiebre fatal de mi delirio,
sin darle cuartel al desaliento,
desando la arena en los relojes,
persiguiendo el aura de tu esencia
por las urbes inmensas de la nada,
o desbrozo auroras boreales
por la jungla alba de mi invierno,
siempre tras las huellas delicadas
que tus pies descalzos
dejaron en la playa solitaria,
mientras la luna celosa
germinaba puntillas en las olas
encadenándome sin remedio
a la esquina iluminada de tu sombra.

A veces,
pirómano de olvidos caducados,
incendio mi destierro en tu memoria
con el fuego de tus ansias aprendidas,
que viajando en el polen de un suspiro
aroman mis recuerdos de azahares,
y prosigo incansable este destino
de trabajar para Venus a deshoras,
mientras te amo en un cuerpo
que no reconoce mis manías
ni sabe de esas ansias
de esos antojos que me invaden,
persiguiendo duendes
por los pliegues taciturnos
que dejó olvidados tu sombra,
en el límite cabal de esta locura
que germina libélulas en el ocaso.

A veces, juventud añorada,
hasta te sueño sol y me iluminas
sin darme cuenta de que tu luz
atraviesa el tul de mis visillos
y desnuda los caireles de mis años.


© Antonio Urdiales Camacho ~ © 2006


A VECES

    A veces, sólo a veces, entre los brazos nerviosos de la espera, mientras surfeo soledades por las áridas dunas de mis pesadillas...