
Se te había quedado ciega la cordura,
y en tu victoria sin laurel
o en mi derrota,
ya no hallabas espacio para el tiempo
ni corazón para otra puñalada.
Y así
ensangrentado aún de palabras,
para no barrenar en tus dolores
rendí mi sufrimiento a tus miserias,
envainé
en la tímida sombra de un suspiro
los verbos que a tu pecho destinaba,
y abatido
como un jirón de nube
en el cárdeno viento del ocaso,
para mi victoria sin laurel
o tu derrota,
te obsequié todo el campo de batalla.
© Antonio Urdiales Camacho ~ ® Agosto 2006