Era el tiempo gris,
la alegría intentaba escabullirse de
la niebla
haciendo fluir la arena en los relojes
entre lecturas clandestinas,
prohibidas por pederastas de sotana y
alzacuellos,
que escondían tras los sólidos muros
de sus silenciosos conventos
sus múltiples y vergonzosas
debilidades
y donde el dios que predicaban
a base de palo y catecismo repetido,
era tan solo una entelequia,
que se enmohecía en sus ajados
escapularios.
Era el tiempo gris,
como amenazando tormenta a cada
instante
y la alegría se expresaba en asambleas
clandestinas
fantaseando con la a muerte del tirano,
o a través del spray en las fachadas,
cuando el alba argumentaba el toque de
silencio.
Las pisadas de las botas militares
eran el eco
que azuzaba nuestros ágiles pasos
para evitar la húmeda eternidad de las
mazmorras,
mientras las sádicas porras de “los grises”
agotaban su oxígeno, extenuadas,
sin llegar a pisarnos los talones.
Era como un macabro juego con la
muerte
donde algunos se fueron quedando en el
asfalto
sin que la espiga dejara de danzar a
ritmo con el viento
ni las ensangrentadas garras del
águila parda,
incendiadas de ira moribunda,
intentaran teñir de rojo el trigo.
Era el tiempo gris, pero gris de
veras,
y a pesar de ello y de ellos
la vida que el poder nos programaba
se iba liberando de sus cadenas,
mientras la alegría, siempre inquieta,
inventaba el amor libre en cada
esquina,
y tú y yo, con los sueños aun
intactos,
comenzamos a desbrozar nuestro sendero
de mordazas impuestas y de miedos,
y tras escribir con spray rojo
“prohibido prohibir”, en nuestro muro,
nos propusimos luchar codo con codo
para sembrar de esperanza cada aurora.
©
~ Antonio Urdiales