domingo, 29 de mayo de 2022

 




Esa guerra que nos cuentan, no es mi guerra


Tal vez no sea yo el más indicado,

ni sea el mejor ejemplo para nadie

y hasta puede que, a pesar de lo vivido,

lleve el carcaj vacío de saberes,

la lengua emponzoñada de silencios

y el verbo acostumbrado a ser historia,

para sin mérito alguno ponerme

a instruir con arengas a la gente.

 

Pero hace ya algunos años, aún muy joven,

aprendí a nadar contracorriente,

cuando alguien se empeñó en que era Dios,

sus dogmas eran puro catecismo,

y el palo la cultura que impartía.

 

Tuve que recurrir al estudio y al ingenio

para que mis trastadas evadieran el palo cada día,

tal vez, por ello, aprendiera también

que más allá del credo y del rosario

existían otros mundos muy diversos

que el ansia de saber iba abrazando.

 

Después supe del odio y la barbarie

que la avidez de poder genera,

supe también de una guerra civil,

que perdieron los de siempre,

de dos guerras mundiales y cien más,

que sembraron el terror y la muerte por la historia

y donde la razón de los ganadores

la fijaba el poder de su armamento

que era directamente proporcional

al poder colosal de su riqueza

y al de la información que controlaba,

que manipulaba y que difundía.

 

Pero hoy otra guerra nos ocupa,

que nos sirve con ponderada crudeza

imágenes de niños brutalmente mutilados

y de ciudades enteras arrasadas,

donde el horror y la barbarie extrema,

gobiernan sin cesar nuestras retinas

y tejen sus coléricas telarañas,

que se exhiben impúdicas

poblando nuestra ventana tonta a cualquier hora,

y atacan, con premeditación y alevosía,

sin concedernos descanso alguno,

nuestro espacio consciente y subconsciente

con balas informativas disparadas

sin ojos detectores de inocentes en su frente.

 

Es tal el exagerado exhibicionismo informativo,

que deduzco, sibilinamente, interesado,

que quiero salir de este pozo oscuro de silencio

y ascender a profundidad de periscopio

para intentar ser claro, meridianamente claro,

y lanzar mi torpedo con la máxima decencia

a la sentina del torbellino de opiniones dirigidas,

que día y noche acompañan nuestra mesa

para declarar libremente que ninguna guerra es justa.

 

¡Ninguna!

¿Lo fueron, acaso, Las Cruzadas o la rebelión franquista?

¿Tal vez, lo fue la de Estados Unidos en Vietnam…

 o las de la familia Bush contra Irak?

¿Quizás lo es la de Israel con Palestina?

Sin duda alguna, tanto como la de Putin contra Ucrania,

y todas ellas generaron asesinos ignotos,

que togados heroicamente con los colores de una bandera,

escondieron sus atroces actos vandálicos

bajo un manto oscuro de silencio

o en sepulturas anónimas

al amparo de cualquier cuneta.

 

¡No, no y mil veces no!

No pretendáis entender

que mi torpe verbo poético

sea una disculpa de la invasión de Ucrania por Rusia,

que condeno enérgicamente y sin paliativos,

pero lo que yo intuyo

es que esta partida de ajedrez

la juegan dos potencias añejamente enfrentadas

sobre el viejo y ajado tablero

de una Europa envejecida y desgastada,

sin importarles que la sangre inocente derramada

de las piezas que van perdiendo tras cada movimiento

deteriore aún más el tablero de juego.

 

Y yo que jamás he creído en las banderas

y en mi alma anidan pájaros de paz

que rellenan sus cananas de palabras,

a pesar de que los daños colaterales

me afecten seriamente en el plano económico

declaro firmemente y sin pudor alguno,

que, esa guerra, que nos cuentan, no es mi guerra.

 

© ~ Antonio Urdiales Camacho

Talavera de la Reina a uno de Abril de 2022

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