EN EL MONTE CALVARIO DE MI
ALMA
La amplitud de tu sonrisa
y el beso al aire que lazaste
ilusionada
desde la pasarela del barco
hicieron derrumbarse mis
cimientos,
la mirada quería hacerse brazos
para intentar retenerte
y en aquel ahora, que ya es
entonces,
la soledad se hizo cuchillas de
afeitar enfurecidas
navegando sin rumbo mis
arterias.
Tras soltar su última amarra
el barco, ajeno a mi tristeza,
hizo sonar la sirena poderosa,
que estremeció de norte a sur
mis estructuras,
y con la misma lentitud
exasperante
con que su proa comenzó a
escribir silencios
sobre las quietas aguas del
puerto,
la amargura me fue partiendo en
dos el corazón
No quise llorar mis lágrimas,
porque como decía mi abuelo:
“los machotes no lloran”,
pero por dentro la sangre se
hacía nieve
y puñales de hielo como
relámpagos
esculpieron tu nombre y
crucificaron el mío
en el monte Calvario de mi alma.
Después, entre la bruma, he
navegado
enmarañadas hebras de tiempo
por los zurcidos recuerdos,
y acuchilladas de soledad las
sienes,
calladas, gritan tu nombre,
que se hace eco vencido en la
distancia;
y aunque mi velero con vientos
favorables
intenta poner rumbo hacia otras
costas
el ancla se ha atorado entre las
rocas
y me mantiene encallado en tu recuerdo.
Ahora soy solo un náufrago en el
tiempo
que peregrina cada tarde
las calles colmadas de tu
ausencia
por la ciudad callada de tu
mutismo,
y en la playa solitaria, con el
mar de fondo,
he muerto mil muertes cada ocaso
desde el mismo instante en que
zarpó tu barco
y tú me regalaste, anidada a tu
sonrisa,
la sepultura de un muelle bajo
la lluvia.
© ~ Antonio Urdiales –
27-12-2020
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