miércoles, 1 de junio de 2022

 



EN EL MONTE CALVARIO DE MI ALMA

 

La amplitud de tu sonrisa

y el beso al aire que lazaste ilusionada

desde la pasarela del barco

hicieron derrumbarse mis cimientos,

la mirada quería hacerse brazos

para intentar retenerte

y en aquel ahora, que ya es entonces,

la soledad se hizo cuchillas de afeitar enfurecidas

navegando sin rumbo mis arterias.

 

Tras soltar su última amarra

el barco, ajeno a mi tristeza,

hizo sonar la sirena poderosa,

que estremeció de norte a sur mis estructuras,

y con la misma lentitud exasperante

con que su proa comenzó a escribir silencios

sobre las quietas aguas del puerto,

la amargura me fue partiendo en dos el corazón 

 

No quise llorar mis lágrimas,

porque como decía mi abuelo:

“los machotes no lloran”,

pero por dentro la sangre se hacía nieve

y puñales de hielo como relámpagos

esculpieron tu nombre y crucificaron el mío

en el monte Calvario de mi alma.

 

Después, entre la bruma, he navegado

enmarañadas hebras de tiempo

por los zurcidos recuerdos,

y acuchilladas de soledad las sienes,

calladas, gritan tu nombre,

que se hace eco vencido en la distancia;

y aunque mi velero con vientos favorables

intenta poner rumbo hacia otras costas

el ancla se ha atorado entre las rocas

y me mantiene encallado en tu recuerdo.

 

Ahora soy solo un náufrago en el tiempo

que peregrina cada tarde

las calles colmadas de tu ausencia

por la ciudad callada de tu mutismo,

y en la playa solitaria, con el mar de fondo,

he muerto mil muertes cada ocaso

desde el mismo instante en que zarpó tu barco

y tú me regalaste, anidada a tu sonrisa,

la sepultura de un muelle bajo la lluvia.

 

© ~ Antonio Urdiales – 27-12-2020


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